lunes, 13 de julio de 2009

LA IMAGEN DE LUTERO EN LA NUEVA ESPAÑA


La corona española, y sus enviados al Nuevo Mundo, vieron en el sometimiento de las culturas indígenas un acto providencial. Conceptualizaron la conquista como una restitución divina por las pérdidas ocasionadas a la cristiandad por la “herética pravedad” luterana en Europa. De ahí procede la imagen de los doce apóstoles franciscanos que a partir de 1524, y encabezados por Martín de Valencia, se dan a la tarea de evangelizar a los naturales como el antídoto perfecto al hereje que removía los cimientos del catolicismo europeo. Una frase lo sintetizaba todo: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo remendaba”. O en otras palabras, como las escritas por Octavio Paz: “los mexicanos somos hijos de la Contrarreforma”. La frase encierra un proyecto impuesto, que le dio un cariz religioso y cultural a la nación mexicana contrario a la libertad de conciencia por los siglos que duró el régimen colonial.


La obra recientemente publicada de la historiadora Alicia Mayer, Lutero en el paraíso. La Nueva España en el espejo del reformador alemán (Fondo de Cultura Económica-UNAM), es un libro imprescindible para entender el imaginario novohispano cuidadosamente construido sobre el horror y la repulsión, por parte de las dirigencias religiosas y políticas, a la imposible presencia de Lutero en tierras de Nueva España. El cordón protector contra el hereje por excelencia, el monje agustino alemán, fue trasladado por las autoridades desde España hasta sus nuevas posesiones. Mientras allá sí existieron consolidados núcleos de protestantes que momentáneamente lograron burlar los controles inquisitoriales, entre ellos el del grupo de monjes del monasterio de San Isidoro del Campo, en Sevilla, al que pertenecían Antonio del Corro (autor de una brillante carta a Felipe II, en la que alegaba a favor de la tolerancia religiosa), Casiodoro de Reina (traductor de la Biblia al castellano) y Cipriano de Valera (revisor de la traducción de Reina conocida como Biblia del Oso); acá se dieron presencias aisladas de protestantes pero imposibilitados de organizarse debido a la férrea vigilancia de las conciencias por la Santa Inquisición. Cabe mencionar que células como la conformada por los monjes isidoros son forzadas al exilio para evadir las sentencias de muerte dictadas en su contra por el Santo Oficio.


La investigación de la doctora Mayer, directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, es amplia y documentada, así como develadora de la constante que existió a lo largo de tres siglos en crónicas, sermones, panfletos y pinturas prohijadas en la Nueva España en las que se exageraba y denigraba profusamente el nombre y obra de Lutero. La autora nos descubre que sobre Lutero existía conocimiento indirecto, vía la obra de teólogos y clérigos españoles, que les había llegado a sus críticos novohispanos ya con amplias distorsiones y juicios denigratorios. Se representaba al ex monje como sinónimo del supremo mal, se le tenía por engendro del demonio y máximo exponente de las entrañas del infierno.


Al hereje de Lutero no se le debía tener ninguna consideración, no podía ser un interlocutor porque con el error y sus representantes sólo cabe su rendición incondicional ante la incuestionable verdad enarbolada por la Iglesia católica. La cita, que la autora toma de José Joaquín Fernández de Lizardi (con obvio sentido sarcástico por parte de El pensador mexicano), es aleccionadora respecto de la mentalidad inquisitorial y sus mecanismos de control: “Un hereje, un impío, un sospechoso no debe reputarse ni como ciudadano, ni como prójimo, ni como semejante nuestro”. Es decir, no es un ser humano sino un enemigo al que es necesario castigar de manera ejemplar. Cabe recordar que el mismo Fernández de Lizardi fue un decidido opositor de la Inquisición, sobre la que escribió, en 1813, y la consideró “un tribunal odioso en sus principios, criminal en sus procedimientos y aborrecible en sus fines… un tribunal que siempre fue injusto, ilegal, inútil en la iglesia y pernicioso en las sociedades… este tribunal es no solamente perjudicial a la prosperidad del Estado, sino contrario al espíritu del Evangelio que intenta defender”.


Nos parece que Alicia Mayer cumple sobradamente con el objetivo trazado para su obra. Ella confía, al inicio del libro, que su “principal propósito es estudiar la idea y la imagen que el mundo novohispano creó en torno al reformador durante los tres siglos de historia colonial”. En éste sentido su trabajo es iluminador sobre el entorno mental existente en la Colonia y las formas de control ideológico sobre las heterodoxias. Por lo cual no se ocupa tanto de enlistar a los “luteranos” enjuiciados en Nueva España, sino de examinar la “imagen de Lutero [que] fue una manifestación de la forma en que los españoles que se establecieron en estas tierras y luego sus descendientes, los criollos, se definieron a sí mismos contra los valores del protestantismo y frente a Europa como un mundo escindido por el cisma”.


La invención que de Lutero se hizo por quienes en la Nueva España escribieron, predicaron o lo representaron en pinturas, influyó en la cultura popular para que en el seno de ella el reformador germano apareciera como la maldad encarnada y el lobo rapaz de las conciencias. En la línea de los estereotipos estigmatizadores contra Lutero hicieron su contribución en el siglo XVI Bartolomé de Las Casas, y en el siglo XVII sor Juana Inés de la Cruz. Para el primero Alemania e Inglaterra sucumbieron a las mentiras de Lutero, al dejar la fe católica. Esas naciones, de acuerdo con el primer obispo de Chiapas, “fueron cristianas” y quedaron “salpicadas de herejías pestíferas y perniciosos errores y sola España [y sus posesiones en el Nuevo Mundo] está si mácula”. Por su parte Sor Juana descalifica a Lutero y su libre examen de la Biblia, y le llama malvado, heresiarca, serpiente y demonio. La autora lleva su recorrido histórico hasta poco más allá de 1821, año de consumación de la Independencia mexicana. Al año siguiente de la pérdida del control español sobre México, el ya citado José Joaquín Fernández de Lizardi es excomulgado por redactar un escrito titulado Defensa de los francmasones. En el opúsculo se abogaba por la libertad de creencias y criticaba al clero católico. Esto le valió a su autor ser considerado por uno de sus refutadotes, el teólogo Ignacio María Lerdo, como eco de las propuestas del reformador germano, ya que existía “una identidad entre los modos de hablar de Lutero y del Pensador”. Fernández de Lizardi es, de acuerdo con la investigación de la doctora Alicia Mayer, el primer escritor mexicano que después de tres siglos del régimen colonial español se refiere a Lutero en términos positivos a la vez que deploraba, en 1824, que la Constitución prohibiera la libertad de cultos y tuviese por religión exclusiva al catolicismo.


¿Cuál es la imagen predominante de Lutero en el mundo de la cultura mexicana hoy? Por desgracia todavía proliferan concepciones muy distorsionadas del reformador alemán, en mayor parte por el desconocimiento de su vida y obra en los medios periodísticos e intelectuales del país. Ello no obstante que Martín Lutero es considerado en distintos ámbitos uno de los personajes más influyentes del milenio pasado, según es consignado por Martin Marty en su biografía sobre el teólogo que desafió al poderío católico romano y que fue publicada en el 2004, en la prestigiada serie Penguin Lives.



Carlos Martínez García es sociólogo, escritor, e investigador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano.

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